El Spritze es el aperitivo típico de Venecia. Consiste en una mezcla de Vino rosado, Campari y soda, y fue uno de los muchos descubrimientos de nuestros 5 días de vacaciones en esa preciosa ciudad italiana.
Unas vacaciones inolvidables en una hermosa ciudad. Me quedé con las ganas de otros 5 días más. Es increíble la cantidad de callejuelas, plazas, rincones hermosos que te encuentras al perderte por cualquiera de sus barrios. Tengo la sensación de haber dejado mucho que ver, a pesar de haber visto lo principal y más conocido.
Todo nos salió a la perfección, el viaje de ida, el de vuelta, el piso que alquilamos, el tiempo, los peques que se portaron como adultos,…
Vimos la plaza de S. Marco, el puente de Rialto, el de la Academia, el de los suspiros, la isla de Murano y sus fábricas de cristal, la isla de Lido y su playa, …Nuestro medio de transporte, a parte del de S. Fernando, fue el del “Barcobús”, perdón, el vaporetto, sacando un bono para los días de nuestra estancia, ya que es el mejor medio de transporte, y es recomendable ver también la ciudad desde el punto de vista del barco, desde sus canales.
Nos encontramos a una población amable, una ciudad limpia y con un aspecto general ordenado y cuidado. Los italianos son de cultura muy parecida a la española, por lo que te sientes en tu salsa.
Nuestro piso de alquiler daba a parte de a un canal, a una plaza, en la que pudimos ver cómo los vecinos de enfrente, con motivo de celebración de un acto familiar, sacaban a la calle sus mesas y se pusieron a comer allí en medio de la plaza, cómo en cualquiera de nuestros pueblos españoles.
Los peques aguantaron nuestras caminatas sin rechistar y esta vez sin medios de locomoción auxiliares (sillas o patinetes). También se vieron recompensados con tres tardes de playa en la isla de Lido, en la que disfrutamos y aprendieron a coger las olas, tanto por encima cómo por debajo, incluido Marco. La primera tarde a Sofía le picó una medusa en un pie, pero se arregló con una crema que le aplicaron los socorristas.
El tiempo acompañó aunque alguna noche no refrescaba lo suficiente y costaba dormirse con ese calor, pero en todo caso preferible a los 12°C que nos encontramos a la vuelta a Düsseldorf.
De las 400 fotos que hicimos he seleccionado estas para vosotros: Enlace a las fotos de Venecia.
Las comidas las hacíamos en casa, con los frescos productos comprados en el supermercado y el pescado del mercado de la plaza de Sta. Margherita. Pero las cenas la hicimos a base de ricas pizzas en un restaurante cerca de casa. Ya sabemos cómo debe saber un buena y auténtica pizza italiana.
En general Venecia es caro, pero no más caro que cualquier ciudad turística. Hay que saber alejarse de los centros más frecuentados y entonces se encontrarán precios más normales. Eso sí, hay precios para extranjeros y precios para foráneos. En uno de los bares, dónde nos sentamos a tomar un aperitivo, me querían cobrar por dos Spritze y dos fantas 13 €, cuando en la mesa de al lado le habían cobrado 5€ por dos Spritze y dos pinchos a dos jubilados del lugar. Una simple observación al camarero sirvió para rebajar el precio a 9 €.
No faltó una visita a la isla de Murano, que no hizo más que confirmar la poca afección que le tenemos a todos estos artículos innecesarios y terriblemente sobre valorados. Salimos de la isla con tan sólo un pequeño reloj de pulsera con cristal trabajado en la isla, para nuestra Au Pair que se marcha en Agosto. Pero nada más.
Extraño fue el que nosotros llamamos “Efecto góndola” que nos apareció a Raquel, al tercer día, y posteriormente a mi. Unos mareos que te dan la impresión de seguir en el vaporetto. Al principio lo achacamos a los efectos del bitter o del Lambrusco, o del Proseco que nos bebíamos a mediodía para comer, para luego pensar en algún problemilla de salud, pero en cuanto me apareció a mí también, dedujimos que era el efecto secundario de tanto viaje en vaporetto.
En uno de nuestro paseos sin rumbo por las callejuelas, desembocamos en una plaza en la que se celebraba una fiesta del barrio, en la que había un estrado para las actuaciones. Mientras comíamos unos estupendos mejillones cocidos por los vecinos, pudimos presenciar un tango bailado por varias parejas y posteriormente el canto de una anciana del lugar que se empeñó en coger el micrófono. Haceros una idea de lo bien que cantaba, que los peques se tuvieron que tapar los oídos. Eso sí, al final recibió aplausos y ovación.
Otra anécdota fue que al cruzarnos con una pareja con un niño de unos dos años en silla, y del que los padres estaban un poco hasta el gorro, pues les acababa de tirar por el suelo los juguetes. De repente nos ven llegar con los tres enanos, ese día vestidos igual, y la exclamación del padre le salió del alma: Joer, trillizos!!! El pobre hombre estaba desbordado con las jugarretas del suyo y se dió cuenta de que podía ser peor...
Si tenéis ocasión de ir, no os la perdáis, Venecia es muy recomendable.
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